Todos tenemos lugares donde las penas son menos penas y los días rojos de los que hablaba Holly Golightly se hacen más llevaderos.

Para ella era Tiffany, para mi es la planta -1 de Bergdorf Goodman. Es mi sitio frívolo preferido de entre todos los sitios frívolos que conozco hasta el momento.

El primer contacto fue en la distancia. Yo estaba obsesionada con los Celestial Powder Candlelight, después de leer esta entrada que escribió María en su blog Makeupzone.net, pero mi bolsillo me decía que ni se me ocurriera hacer la tontería de comprarlos en España. Así que esperé y esperé hasta que un buen día alguien me dijo que se iba a la Argentina con escala y mini paseo por la ciudad de los rascacielos. Así que, con toda la ilusión de quien escribe una carta esperando respuesta, puse en una hoja de cuaderno todas las tiendas en las que vendían los Celestial en Nueva York para dársela al susodicho. Conseguirlos no sería fácil por:

1. La persona que viajaba era un hombre y no entendía demasiado bien mi objeto de deseo. Un iluminador para él podía ser una linterna, o una lámpara de Ikea o un foco. Nunca habría imaginado antes que era algo de chapa y pintura.

2. Tenía muy poco tiempo, sólo 3 horas para dar un vistazo rápido a la ciudad y volver al aeropuerto.

3. Iba con más gente que no tenían por qué hacer caso a mis antojos.

Pues ni corto, ni perezoso, ese amable caballero con barba de varios días, pelo despeinado, deportivas y sudadera entró en Bergdorf Goodman y armándose de valor y sorteando al segurata que no entendía porqué quería ir a la planta de maquillaje se plantó en el stand de Kevyn Aucoin, extendió mi hoja de cuaderno y dijo:

Plesae, I want this.

Unos días después me hacía entrega de una bolsa color lavanda, pequeñita, de muy buena calidad en la que dentro estaba el dichoso iluminador de mis desvelos.

Cada vez que lo utilizo me acuerdo de ese día y ¡vaya si me ilumina el rostro!. El producto es una maravilla pero mucho más maravillosa es la sensación que me provoca. Después de ese flechazo sin habernos visto, decidí tener una cita con Bergdorf en mi primer viaje a Nueva York. Flipé. Ese es el paraíso de una auténtica friki del maquillaje como yo.

La luz, los colores, pasear entre mostradores sin apenas gente…De esa visita me llevé otra bolsa morada, esta vez con el rizador de pestañas de Kevyn Aucoin (lo recomiendo muy mucho).

Nuestra relación se afianzó y empecé a sufrir en la distancia por no ir a la -1, así que, aprovechando una escala volví a tener un fugaz encuentro con mi amante para una compra rápida en la que llené la bolsita con alguna que otra cosa de Laura Mercier. Lo siento, Kevin, no había presupuesto para todo.

Recuerdo que después caminé hasta Central Park, compré un perrito, me senté en la hierba y pensé que hay veces en las que una bolsa lavanda es la que obra el milagro (aunque los potingues también funcionan). A mi lado estaba el chico despeinado.

Pssst!! No son cookies de chocolate, pero tampoco hacen daño ni provocan caries, hazme caso, ¿vale?    Más información
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