Hay muchas maneras de pasar un sábado por la mañana. Desde hace un año está algo limitado eso de pasearse por España y parte del extranjero, pero lo que no está prohibido es volar con la imaginación, ni buscar debajo de las piedras lo que normalmente encontrarías encima de ellas.
La excusa era una sesión de fotos para Murphy, respirar aire puro y salir con la familia de la gran ciudad. El destino. El desierto, así al menos lo visualicé yo y así al menos se lo hice creer al resto de la tropa.
No diré el lugar indeterminado de esta nuestra comunidad (la de Madrid) donde fuimos a parar, diré que fue perfecto. Los paisanos del lugar no identificaban eso de “El desierto” al preguntarles por las coordenadas para encontrarlo, y nos hacían recomendaciones más campestres para pasear. Al final, y después de algunas vueltas, nos dimos de frente con lo más parecido a la tierra prometida, una enorme explanada llena de arenas rojizas y cantos dispuestos en pequeñas montañas que se perdían en un cielo azul que ni los de los meses de agosto. Nadie en al menos 4 kilómetros a la redonda. Solo nosotros.
Cierto es que para cuando quisimos encontrar “agua en el desierto” ya era mediodía, aun así, con poco instrumental pero con mucha ayuda de cámara nos lanzamos a una sesión medio improvisada medio estudiada, de la que salieron algunas de las fotografías de la nueva colección de Murphy.
Nunca imaginé llegar tan lejos estando tan cerca y es que no hay que irse a Arizona ni al África central solo hay que mirar. Saber mirar.
Texto y fotos: Esther Rija