Dicen que hay que soñar, ponerse objetivos y actuar, que es la única manera de lograr lo que de verdad quieres. Hace unos meses me lie la manta a la cabeza y retomé una vieja y duradera ilusión. Trabajar en una revista. Cogí la mano a la valentía de mí yo cabezota y volví (y digo volví porque ya lo había hecho en una ocasión anterior con resultado fallido) a escribir al director de dicha publicación.
Intenté dejar claro en un párrafo, mi intención, mi ambición, mi experiencia y mis ganas de formar parte de su equipo. La sorpresa llegó al recibir respuesta. La cosa avanzaba, me pedía algunos artículos y me emplazaba a una especie de prueba/entrevista con la redactora jefa. Todo iba sobre ruedas, por fin una oportunidad, la que me merezco, pensé con toda la vanidad que no tengo.
Me costó algunos mensajes más reclamando acuses de recibo de mis pruebas y mucha paciencia para no morir en el intento, obtener contestación. Cada día abría el correo con la expectativa puesta en un sí o en un “0 mensajes en la bandeja de entrada”. Cualquiera de las dos cosas me valía, cualquiera menos un “Lo siento ahora no podemos contratarte”, “No encajas en nuestro equipo”, “Guardamos tu curriculum para futuras ocasiones” o “Nos quedamos con tu contacto por si más adelante surgiese la oportunidad”.
Pasaban las semanas y la ausencia de noticias alimentaba mi ilusión, seguía haciendo posible una oportunidad. Yo ya me veía llegando a la redacción y entregando artículos, entrevistando a personas que admiro o saliendo de cañas con los compañeros después del trabajo.
Pero el día llegó, y la respuesta que menos habría querido leer también. Todo cordial, todo educado pero todo mal, muy mal, demasiado mal. Las recientes reestructuraciones fueron esta vez la causa de una negativa, que al parecer, no habría sido tal de no existir dichos cambios en la empresa.
Otra vez, me dije, y me sumí en el drama propio de las calabazas laborales a la vez que mi supervivencia se deshacía con aquella última frase “Desafortunadamente en este momento (…) nos es difícil realizar nuevas incorporaciones (…) no obstante guardo tu perfil por si se abriera alguna oportunidad en el futuro”.
Fue bonito mientras duró, pensé y me quedé reflexionando si todo mi trabajo, mi ilusión, mis esperanzas habían sido alimentadas por un espejismo o si de verdad el interés que generé en aquel director de aquella revista tenía alguna posibilidad de progreso.
La moraleja de la historia es que de ilusiones no se vive, ni se come, ni se cobra, pero que en ocasiones, si tienes suerte y la agonía te la hacen bonita puedes sobrevivir, una semana, un mes o como en mi caso todo un verano.
Texto e imagen: Esther Rija