Siempre he tenido un espíritu navideño muy agudizado, puede que hasta demasiado, pero últimamente noto que se me va apagando con los años ¿qué me pasa, doctor?
Ya no escucho un mes antes los villancicos que mi hermana repetía una y otra vez en aquel radiocasette gris, nadie me prepara castañas asadas y yo no lo hago porque tengo miedo de cortarme al hacerles la rajita (si aún no os habéis enterado de lo patosa que soy es que habéis leído poco desafiandoamurphy), la casa sólo está tímidamente decorada, no hay felicitaciones en el buzón (las del mail no me gustan, soy muy retro), no me disfrazo de pastorcilla, ni de angelito (fui afortunada en el cole y me ascendieron a este alto cargo del Belén, era superfeliz porque siempre quise tener alas), no tengo a mis ojos azules para protegerme de Papá Noél cuando llega por la noche (soy de esas que quería los regalos pero sin ser vista por el señor de rojo que me daba más miedo que otra cosa), no hay 15 días de vacaciones, ni ensayo una obra de teatro para el día de Reyes.
Muchas cosas han cambiado, las luces que alumbran estás fechas han dejado de ser intermitentes de colorines para pasar a dar luz blanca, más pausada, más tranquila, más de adulta. Vuelvo a escuchar la vocecita de mi compañera de trayecto hacia el metro cantando ahora «pero mira como beben los peces en el río» y sonrío. Sonrío porque sé que aunque me ponga contorno de ojos, me crea maruja de rato en rato y vaya al trabajo por las mañanas sigo siendo muy niña y también sigo levantando casi sólo dos palmos del suelo.
Este año aprenderé a sacarme yo las castañas del fuego sin quemarme, cantaré villancicos porque soy pro-tradiciones navideñas, me mudaré a mundos más decorados en los que los belenes tienen hasta nieve y los duendecillos pasean por toda la casa, escribiré la carta a los Reyes Magos de mi puño y letra, veré la cabalgata por la tele con una taza de chocolate con pan, desafiaré a Papá Noel, me agenciaré un angelito para que me acompañe Navidad tras Navidad (aunque sea desde la distancia), tendré unos días de vacaciones que me sabrán a quince, prepararé amuletos para Nochevieja, pelaré y quitaré los pipos de las uvas y saldré a darme una vuelta con una maleta vacía llena de viajes por hacer, cenaré pasta y me pondré nerviosa la noche del 5 de enero y, sí, en vez de ensayarla, éste año me ha tocado escribir la obra que una clase de 5 años representará el viernes en el colegio.
Puede que las navidades no huelan igual que hace algún tiempo, no suenen los mismos cascabeles, no sepan a sopa de marisco con lluvia de fideos diminutos pero puedo prometer y prometo que habrá un pino sintético lleno hasta la bandera de adornos que tendrá luces de colores intermitentes y música estridente de villancicos amenizando las cenas.
Al final, todo se resume siempre al color y no estoy preparada para vivir estas fechas en blanco y negro.