Lo intento. Intento pensar en cómo fue antes, intento ponerme en el lugar de mi madre, de mi abuela y mi bisabuela, de tantas mujeres como ellas. No puedo. Aunque queramos hacer el esfuerzo es imposible sentir algo que no has vivido. No me ha tocado casarme por interés, quedarme en mi casa al cuidado de mis hijos. No he tenido que tenerle la comida preparada a mi marido, ni acceder a sus deseos siempre. No me ha tocado pedir permiso para trabajar, estudiar o comprarme una casa. No he tenido que disimular y aguantar cuando el matrimonio estaba deshecho o yo no era la única. No me ha tocado compartir con amantes, ni he tenido que mirar para otro lado cuando lo injusto no casaba con lo común. No he tenido que quedarme en casa mientras se decidía el futuro de un país en las urnas a las que solo acudían hombres.

Y a pesar de no haber vivido nada se eso soy plenamente consciente de lo complicado que debió ser, por el simple hecho de que hoy sigue siendo difícil ser mujer en algunos terrenos, como el laboral o el social.

Yo nací con gran parte de los derechos ganados, muchos de los cuales, aunque hoy parezcan normales, hubo un tiempo en que no lo fueron y a pesar de ello, muchas mujeres y hombres valientes supieron que algo faltaba, que todavía había que dar un pasito más para ser lo que queremos y nos merecemos ser y lucharon y luchan para conseguirlo.

Quiero creer que las generaciones que vengan detrás de mí podrán decir que no lo vivieron, que ellas pudieron cobrar lo mismo que un hombre al desempeñar el mismo trabajo, que fueron reconocidas en sus empleos, que la calle es segura y no importa cómo, de qué manera o con quien vayas, que la conciliación es posible y que los puestos de poder son equitativos. Porque las mujeres necesitamos poder. Poder avanzar, poder quejarnos, poder decidir, poder caminar sin miedo, poder trabajar, poder mandar, poder crecer en nuestras carreras y formar familias sin necesidad de pedir permiso ni perdón, sin necesidad de elegir un único camino. Las mujeres necesitamos poder vivir.

Espero que dentro de no demasiados años, mis hijas e hijos sean conscientes de todo lo que pasó, de todo lo que se consiguió, de todo lo que logramos avanzar y no sean capaces, igual que yo hoy, de ponerse en mi lugar, de sentir lo que hemos sentido. Esa será la señal para saber que el mundo está donde tiene que estar, que el mundo está como tiene que estar.

Foto y texto: Esther Rija
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