Verde que te quiero verde. Verde campo, verde olor, verde manzana, verde esperanza. Aquel septiembre con sabor a otoño gris y sombrío un coche rojo me llevó a hasta Asturias. Rojo fuego, rojo sangre, roja carne, rojo vino. Con la ilusión de una niña miraba por la ventanilla esperando que el tiempo volara y apareciera en otra dimensión.

La vida se convierte en una aventura cuando piensas que un viaje puede cambiártela por completo. Asturias, patria querida. Asturias de mis amores. Abrí bien los ojos y me dejé llevar por su gente. Paisajes nuevos, olores nuevos, sabores nuevos. Cuantas veces me arrepentiré de no haber tenido el hambre suficiente para devorar un pastel de cabracho entero, o un buen perol de sopa, o cualquier pescado, o aquella paella en aquel acantilado que volvió a mostrarme que había mil cosas por las que sonreír y que los corazones rotos se cosen con puntadas pequeñitas, hebra corta, pulso firme.

Al borde del acantilado, con el viento de cara y el pelo revuelto se van las penas para acabar sumergidas en lo profundo del Cantábrico. Escalofrío de vértigo en la espalda y los pulmones llenos de aire asturiano. Nada mejor que contemplar como la mar rompe contra las rocas para sentir que todo saldrá bien.

El sonido del agua, las casas de Cudillero, gatos en cada rincón, el faro de Lastres, la luz de Santa María del Naranco y el azul del cielo. Azul calma, azul mar, azul paz.

Descrubrí que hay tierrinas que se vuelven tuyas por el mero hecho de reencontrarte con la sonrisa. El otoño en Asturias tiene aroma a tiempos nuevos. Al fin y al cabo, las hojas que caen siempre vuelven a crecer

Pssst!! No son cookies de chocolate, pero tampoco hacen daño ni provocan caries, hazme caso, ¿vale?    Más información
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